Bitácoras canarias / La otra Camy.- El pasado jueves, venía yo de trabajar bastante temprano, aunque ya de noche, debido a que últimamente la gente del Sur se queda en casa cada vez que caen unas gotas, por aquello de las inundaciones imprevistas, cuando, subiendo la oscura y sinuosa carretera TF-375 entre Chío y Arguayo, en la radio una voz femenina hacía un resumen de las actuaciones destacables registradas por el CECOES durante esa jornada en la que, por lo visto, era más la bulla y la alarma que otra cosa. La mujer decía que habían tenido que intervenir los bomberos en un accidente en la TF-375 por encima de Arguayo porque una persona había quedado atrapada entre los hierros del vehículo y que habían intervenido también en Icod de los Vinos debido a unos desprendimientos. Como no especificaron, me quedé esperando a que dijeran algo sobre nuestro municipio, pero no pareció importante lo que esa misma tarde pude presenciar cuando atravesaba el municipio de punta a punta para ir al trabajo.
Como no hubo ninguna mención más, mi mente voló de súbito al mundo de los recuerdos. Esa mañana tan sólo habían caído cuatro gotas después de que recogí a mi niña en el colegio a eso de la una y media. Al pasar por el cruce de Los Lagares con Los Giles me lamenté de no haberme traído la cámara para fotografiar la escena, pero no me importó porque imágenes como ésta las podremos obtener cualquier día a poco que caigan unos pocos litros por metro cuadrado. En la escena, una anciana, vecina de la zona, buscaba cómo atravesar un charco de más de un metro de distancia en su lado más corto, justo el que desaguaba hacia la huerta de Alan, que afortunadamente no tiene nada plantado porque para lo más que le hubiera servido su huerta después de esto es para arrozal. La señora, por supuesto, se enchumbó las zapatillas de lona y anduvo con suerte de que no le pasase uno de los tantos estresados que circulan por allí a toda velocidad y la enchumbase de arriba abajo, como me pasó a mí hace unos meses cuando, teniendo mi coche aparcado en la Avenida Francisco Miranda, sacaba las cosas del maletero para irme al pleno de tres horas en que aprobaron el presupuesto más endeudado de la historia de mi pueblo.
Lo gracioso de la cuestión no es que la señora se haya mojado las cholas y quizás haya pillado un resfriado, sino que justamente al pie de semejante charco se alza un orondo cartel con muchas fotos que debió costarnos un dineral a los icodenses, que dice “Ensanche y pavimentado del Camino Los Lagares. Comprometidos con la calidad de vida”. Así, sin fecha de finalización como los demás carteles que, dispersos por el municipio a modo de justificación, anuncian, no en serie, sino todos con fotos diferentes que es mucho más caro, la gestión, por llamarla de alguna manera, que ha hecho el grupo de gobierno en estas últimas décadas, porque hay que reconocer que hay obras, como ésta, por ejemplo, que tenían que estar hechas hace décadas y no esperar a la rentabilidad electoral.
Ni que decir tiene que después de observar la odisea de aquella pobre anciana, subí por allí rezongando entre dientes que hasta mi hija me preguntó si estaba loca, que por qué estaba hablando sola. Tuve que explicarle que no veo el compromiso en dejar las cosas peor de lo que estaban: Se hacen unos magníficos ensanches, se cubren de cemento, para ir tirando, tal como habíamos previsto los vecinos cuando lo vimos poner, y que a la hora de la verdad para lo único que sirven es para aparcar, o para provocar un accidente, porque los coches aparcados restan visibilidad a los que circulan. Y luego… ¡hala! a fardar de que están comprometidos con la calidad de vida… Si ya se nota. Antes de poner el cemento por lo menos el suelo filtraba el agua. Ahora, sin alcantarillado -porque el concepto de calidad de vida que ellos entienden no incluye este servicio-, el charco que se forma por ejemplo en el barranco, con un poco de imaginación, podría servirnos como salto de agua si instalásemos una central hidroeléctrica con sus turbinas y todo, porque en esto de ahorrar energía, ¡tonto el último!
Lo espectacular vino después de comer, a eso de las tres, cuando iba al trabajo, totalmente alucinada, porque jamás en mi vida me había visto en otra. ¡Haciendo surf en mi coche por la carretera de El Amparo! Y eso que no circulaba a más de cuarenta y con los limpiaparabrisas a todo dar para que no me cegara el agua salpicada por los que circulaban en dirección contraria. Justo me estaba preguntando yo si se habría roto algún pantano allá arriba en la Cruz del Camino o algo, cuando me veo, entre los desperdicios más dispares huidos de bolsas de basura que esperaban en todas las puertas, el caldero del potaje de coles de seña Panchita la de El Lance, todavía humeante, que se apartaba con cierta dificultad por el estrecho arcén para no interrumpir la circulación y con claras intenciones de bajar por el Aserradero para abajo para repostar en el molino de gofio.
Recordando la escena me eché una carcajada, mientras pasaba ya las últimas casas de Arguayo en dirección a los malpaíses de la cumbre. En esto veo en la oscuridad del cielo unas intermitentes ráfagas de luz azul apenas perceptibles debido a la niebla que empezaba a ser cada vez más espesa. Lo que me faltaba para rematar el día: niebla, rayos y truenos en la cumbre. A pesar de que hubiera querido huir precipitadamente, aminoré la velocidad. Un poco más arriba pude comprobar que el origen de las luces estaba en un terraplén que había a la derecha, donde varios vehículos, entre ellos un coche de bomberos, con sus luces azules girando, intentaban auxiliar a una camioneta de Aluteide que al parecer se había empotrado con algo porque tenía su parte frontal totalmente aplastada. ¡La radio se había anticipado a los hechos en cinco minutos! Pensé entonces que el disco de Palmera quedaría arrinconado en el reproductor porque la radio, en este tipo de trayectos, es lo mejor que se puede escuchar.
Y ya más en serio, el contarles todo este día de hazañas era para venir a recordar algo de lo que no paran de hablar en la radio: el cambio climático, que particularmente en nuestras Islas cada vez se nota más, pues, cuando no está lloviendo de forma desmedida, como en aquella primavera del 2003, se manifiesta una clara tendencia a la desertificación y nos achicharramos como pollos a más de 40 grados a la sombra, como en este pasado verano.
Y nos afectará más que al resto de las comunidades, a causa del crecimiento poblacional ilimitado y la especulación inmobiliaria junto con el gasto energético y la producción de residuos que esto puede suponer, que a veces, por imposibilidad de tratarlos, son incinerados produciendo un mayor efecto invernadero, en lo que Canarias supera al resto del Estado de forma bastante estrepitosa, sobre todo por la cantidad de coches de que consta nuestro parque móvil
En Icod hace ya casi dos años, en febrero de 2005, que aprobamos en el pleno una moción del Partido Socialista, respaldada, como esperaba el señor Rolo, por todos los grupos políticos, sobre la entrada en vigor del Protocolo de Kyoto, pero hasta la fecha no se ha visto absolutamente nada al respecto. Por no haber no hay ni contenedores de plástico “de los que se pondrán el mes que viene”, como siempre dice Bernardo.
Si tan comprometidos están con nuestro medioambiente, ¿por qué no se ha oído hablar más del tema? ¿Tan derrotado se encuentra nuestro gobierno local que no ha demostrado ni una triste intención de concienciar a la ciudadanía? ¿Podrán nuestra endeble agricultura y nuestros bosques sobrevivir al aumento de las temperaturas que irá llegando poco a poco? ¿Podrán la arena y la playa misma sobrevivir al aumento del nivel del mar? ¿Qué política tendrán prevista para que nos afecte lo menos posible el cambio que se aproxima?
Comentarios