Brasil / El Mercurio.- Luiz Inácio Lula da Silva, comprobó ayer tener un carisma y una popularidad "a prueba de balas". Resistió a su decisión de aplicar políticas que criticó durante 20 años y aliarse a muchos a quienes históricamente enfrentó, y a una gravísima crisis por denuncias de corrupción que lo acercó a la destitución. Los escándalos le enajenaron el apoyo de sectores de la clase media y sus políticas económicas alejaron a parte de la izquierda, pero entre sus "hermanos", los más humildes, su carisma permanece inoxidable, gracias a planes sociales y a una "cuestión de piel", dijo Ansa.
Lula nació el 6 de octubre de 1947 en un pueblito del desierto de Pernambuco, séptimo hermano de una familia de ocho mantenida por la madre lavandera. A su padre lo conoció a los 5 años. En 1952, emigraron a Sao Paulo, polo industrial del país.
Fue vendedor ambulante y lustrabotas y aprendió a leer a los 10 años. Realizó un curso de tornero mecánico y a los 18 dejó el dedo meñique de la mano izquierda en una máquina.
En 1966 fue contratado en una fábrica de Sao Bernardo do Campo, en el cordón industrial de Sao Paulo, donde construiría su liderazgo. En 1979 encabezó una huelga general de 170.000 trabajadores que lanzó un desafío inaudito a la dictadura militar, recordó la France Presse.
En 1980, con un grupo de sindicalistas, intelectuales y personas vinculadas a la Teología de la Liberación fundó el PT. Postuló sin éxito en 1982 para la gobernación de Sao Paulo y cuatro años más tarde consiguió un asiento en la Cámara Baja.
Perseverancia. Después de tres candidaturas (1989, 1994 y 1998) a la presidencia, en 2002 dejó atrás las combativas consignas clásicas de la izquierda. Adoptó un estilo "paz y amor" y un programa económico ortodoxo que le ayudó a vencer los prejuicios de la clase media y del mercado.
Para el columnista Arnaldo Jabor, de O Globo, "en la mitología popular brasileña, Lula sigue siendo el símbolo del 'pueblo' que llegó al poder. El origen casi 'cristiano' de ese mito de obrero ignorante le da un aura sagrada intocable".
Lula demostró en el gobierno ser un dirigente pragmático y con una gran templanza para enfrentar crisis.
Realizó cientos de viajes por Brasil y el mundo, eludió el contacto con la prensa, y enloqueció a sus colaboradores con su costumbre de improvisar discursos, que en ocasiones le crearon problemas y burlas de la prensa por sus errores gramaticales.
"El pueblo agarró el gusto por el poder y no va a permitir que ellos (los opositores) vuelvan", auguró poco antes de cerrar su campaña, al sur de Brasilia.
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